Distribución de la riqueza en tiempos de precolapso.

Incredulidad e intento de análisis

Cuando veo gráficos como estos tengo sensaciones contradictorias:

Por un lado, me da la impresión de que “ya me lo sé”. Las clases adineradas acumulan niveles obscenos de riqueza mientras que las pobres viven al límite; vaya novedad. Tenemos tal sobredosis de información, y hemos normalizado tanto la desigualdad, que cosas como esta tienden a no durar más de unos segundos en nuestras cabezas.

Pero si me da por focalizar y ponerme a pensarlo un poco, me entra una sensación de incredulidad. ¿Cómo es posible que el 1% más rico acumule casi la mitad de la riqueza total del país?, ¿cómo es posible que el 0,01% más rico (menos de medio millón de personas) tenga, en conjunto, 7 veces más que el 50% más pobre (unos 24 millones de personas)?

No son preguntas de indignación retórica. Es que son cifras difíciles de entender, aún con experiencia profesional en ese campo. Desde la cooperativa El Rogle hemos realizado diferentes Planes de Inclusión y Cohesión Social1 que muestran preocupantes tasas de pobreza en los municipios del área metropolitana valenciana. En las Oficinas por el Derecho a la Vivienda, hemos seguido de cerca cómo la propiedad inmobiliaria se concentra en pocas manos2, mientras que muchísimas familias viven al borde del desahucio3. Incluso sabemos que hay personas que viven y mueren en las calles de nuestra ciudad4. Pero, aun así, los datos del gráfico parecen demasiado extremos.

Comprobando que la fuente es fiable, solo queda pensar que hay una parte de la realidad que nos estamos perdiendo. Por un lado, la pobreza está invisibilizada. Las dinámicas de nuestra sociedad se encargan de apartar a la gente con pocos recursos, de quitarlas de las áreas más visibles, de las conversaciones, de los medios de comunicación… Y nadie está orgulloso de su pobreza. Nadie la exhibe. Así que, si vives en un barrio bien, tu mundo está diseñado para que te pienses que el único pobre es ese que pide en la puerta del supermercado. Pero no. En el estado español, se calcula que el 26% de la población está en riesgo de exclusión social5. 1 de cada 4 personas.

Pero, aun así, la riqueza es aún más opaca que la pobreza. Últimamente, influencers de todo tipo exhiben sus mansiones, sus yates, sus viajes… y eso puede dar la sensación de transparencia. Pero lo que la gente multimillonaria no exhibe es su ingeniería fiscal, sus carteras de inversiones, el origen de sus fortunas (heredadas en su mayoría, al menos si hablamos de la gente “rica de verdad”6) o sus agendas de contactos con las que poder hacer negocios que al común de los mortales nos resultan inalcanzables (el concepto de comisionista vuelve a estar de moda). Mecanismos que permiten usar sus privilegios para seguir distanciándose de la masa social.

Así, el de las ricas, es un mundo del que la mayoría de personas vemos solo una superficie más o menos romantizada o demonizada, pero del que realmente no sabemos cómo funcionan sus entresijos. Aunque lo que sí nos llegan son sus discursos reforzando sus intereses. Últimamente, dada su capacidad de influir en prensa y redes sociales, algunos de los argumentos típicamente enarbolados por grupos acaudalados, son repetidos por miles de fans que, cobrando 1000€ al mes, claman contra el sistema tributario redistributivo y contra la subida del salario mínimo.

La funcionalidad de la desigualdad

De esta forma, la desigualdad no solo va en ascenso, sino que está más legitimada que nunca por buena parte de la población. Parece, pues, que no funciona mucho incidir en la hipocresía de sustentar una democracia sobre tanta desigualdad, ni en el deber ético de compartir recursos que son escasos.

Enfoquémoslo de otra manera. Olvidémonos del concepto de “justicia social” por un momento, y hablemos en términos puramente funcionalistas ¿Puede una sociedad prosperar con tal nivel de desigualdad?

No hace falta imaginar. Aunque la mayoría de países modernos han combinado las tesis neoliberales con la construcción de un estado de bienestar (ahora muy dañado) que atenúa las inequidades7, algunos han apostado más fuerte por la mano invisible. En ellos, las ricas construyen muros e instalan alarmas siguiendo los ecos de la securitización8 y las pobres se buscan la vida al día, les toca asumir que la comodidad no es para ellas, y sus hijas acaban cada vez más en la droga y en la cárcel9. La difusa clase media vive entre la esperanza de ascenso y la necesidad de distinguirse de “las de abajo”. Y las infradotadas administraciones públicas focalizan en mantener el statu quo.

En estas sociedades se ha perdido la cohesión social, pero a menudo han conseguido que su capitalismo funcione en esas condiciones de tensión, y quizá hasta hayan visto crecer su PIB (con dificultad, por la bajada del consumo interno, por el aumento de la delincuencia, y por tantas otras cosas; pero estos paraísos para emprendedores atraen cuantiosa inversión extranjera, y fomentan que empresas transnacionales ubiquen sus sedes allí, buscando libertad, o no pagar impuestos, lo mismo da).

El colapso sistémico como nuevo escenario

¿Pero esto puede seguir “funcionando” en el futuro próximo, con la crisis climática y energética que estamos empezando a atisbar? La extracción de combustibles fósiles va a resultar cada vez más costosa, y sus precios irán aumentando, ¿la masa social tolerará que unas pocas gasten el poco petróleo que queda en sus jets privados, mientras otras no pueden permitirse calentar sus casas en invierno? El mercado inmobiliario resulta cada vez más exclusivo, y los ingresos de la mayoría más escasos, ¿las familias sin hogar respetarán las propiedades vacías, por mucha puerta antiokupa que les instalen?

La cosa se va a poner fea en el occidente acomodado (y, por supuesto, mucho más fea en el “sur global”), y las sobras del capitalismo, que hoy nos parecen suficiente, serán cada vez más exiguas. Si la fractura sigue creciendo, parece imposible que se pueda mantener una mínima paz social.

Por tanto, queda asumir un escenario conflictivo, donde algunas tendencias por la redistribución dentro del capitalismo10, convivirán con tesis más radicales que explorarán nuevas formas de socialismo y de ecologismo. Por otro lado, habrá quienes se opongan de plano a la búsqueda de la igualdad, se parapeten en sus privilegios y propongan la ingeniería social, la guerra, la represión, el control de fronteras11… como las estrategias más “realistas”.

En cualquier caso, los límites del crecimiento12 están ahí, y van a hacerse respetar. La sociedad que conocemos va a cambiar profundamente en las próximas décadas, y solo podemos intentar influir en cómo repartimos los trozos de un pastel que cada vez será más pequeño.

Alfredo Artigas Chaves. Investigador social  –  Socio de la cooperativa El Rogle

2 Concretamente, en la Oficina de València (https://www.valencia.es/es/cas/actualidad/-/content/oficina-vivienda) hemos comprobado cómo 1/3 de los casos que se atienden corresponden a hogares que viven en casas que son propiedad de entidades de inversión y bancarias, casos que además conllevan mayor grado de conflictividad. Paralelamente, también es muy relevante el número de personas físicas que se pueden considerar “grandes propietarias” (https://valenciaplaza.com/ayuntamiento-valencia-contabiliza-830-propietarios-10-mas-viviendas).

7 Las atenúa de forma ineficiente (al tratar de paliar las consecuencias de la desigualdad sin transformar sus causas) y se podría argumentar que hasta tramposa (al legitimar las diferencias, ya que “al menos la gente no muere de hambre”). Pero esto es otro tema.

10 Por ejemplo, ciertas élites económicas llevan años dándole vueltas a la aplicación de una renta básica universal https://www.eldiario.es/economia/davos-debaten-solucion-problemas-economicos_1_3632426.html

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